martes, 28 de agosto de 2012

El padre, uno de los primeros maestros


La paternidad empieza mucho antes de que nazca un hijo: cuando se decide. Entonces se empieza a fantasear sobre rasgos físicos y de personalidad del niño, a proyectar deseos de compartir aficiones, a planificar su futuro. Junto al deseo de ser padre, surge el de sentirse capaz de asumir responsabilidades, de comprometerse a acompañar al nuevo ser en su andadura por la vida.




En un primer momento, durante el embarazo y los primeros meses de vida, la figura del padre es, fundamentalmente, un apoyo de la madre. Aumentará su importancia más adelante, cuando el niño ya lo permita y empiece a fijarse en otros adultos.
 
El padre asume entonces la creativa empresa de educar, de pensar siempre por el bien del otro, de acercar el mundo a su hijo, de traducírselo, de explicárselo lo mejor que sabe. Su papel será de guía, que no de compañero igual. Porque el niño, como una planta para que crezca recta, tiene que ser guiado, con flexibilidad con empatía, pero con firmeza de criterio. El niño necesita sentirse supervisado, tener a alguien que le organice, le sugiera, le oriente. Si su padre se sitúa a su altura, como «colega», se resentirá psicológicamente. El niño necesita sentir la autoridad moral del padre para tener ganas de crecer y, más tarde, poder ser, a su vez, padre o madre.

Es el primer psicólogo

El padre es maestro emocional, enseña a través de su amor el amor por los otros, por las cosas. Con su dedicación altruista, enseña a amar, a dar su tiempo, transmite sus ideas, sus recuerdos, sus vivencias, su experiencia, sus valores, su ética. Es el primer psicólogo del hijo: le enseña a escuchar, a pensar en posibles alternativas, ingenia métodos para quitar miedos y complejos. Abre el mundo de los sentidos: enseña a mirar, a oler, a tocar, a oír, a degustar... Enseña a crecer: a caminar, dormir, comer, sufrir, disfrutar, quererse...

Es el agente de salud primario

Es el agente de salud primario: enseña hábitos de cuidado, alimentación, aseo, sueño, higiene y seguridad. El padre es asistente de los maestros, es el que transmite el interés por la lectura, repasa los deberes, pregunta los exámenes, inventa métodos de estudio, cuenta aquello que es útil y no está escrito en los libros. Es maestro en la transmisión oral: las canciones, los villancicos, los cuentos, las tradiciones familiares y locales... Es el primer entrenador deportivo: el que enseña a inflar las ruedas de la bici, ponerse los patines...

Figura de referencia para el hijo

De manera que se convierte en la figura de referencia para el hijo, a la que este siempre va a acudir, con la que se va a identificar y que le va a dar estabilidad emocional para abrirse al mundo, para socializarse. Y esta es una de las funciones más difíciles del padre, la de abrir al mundo a su hijo, aportando su experiencia y sirviéndole de modelo, enseñarle a seguir las normas, a incorporar la disciplina, el sentido del deber, a reflexionar sobre ello, a asumir consecuencias, a ser responsable de sus actos, a tomar decisiones con criterio.
 
Y es que hacernos responsables de nuestros actos nos confirma como personas capaces de tomar decisiones, de tener confianza para buscar nuestro propio camino, de atrevernos a ser independientes, de sentirnos respetados por nuestras propias decisiones y de sentir respeto por nosotros mismos.
 
Esto se forja desde la infancia, cuando el padre se atreve a aportar al mundo con orgullo su mayor obra de arte: su hijo. Porque la función principal del padre es la de «soltar el hilo de la cometa», la de aceptar que sus hijos son personas de su familia, con características comunes a él, pero personas diferentes, con otras ideas, otros esquemas, otra personalidad y sus propios proyectos, no la continuación, la consecución ni la contraposición de los suyos. 

Autora: María del Mar García Orgaz Psicóloga infantil
Fuente: http://www.conmishijos.com
 
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